viernes, 31 de agosto de 2012

Evaristo

Evaristo estaba hecho de carne y hueso. Aunque en los últimos días se le hacía difícil sostener tal afirmación. Era cierto que de niño había sido un poco revejido casi tan insignificante como un piojo. Pero no lo era. Tenía fe, tanta como para crearse una existencia. Es que incluso para hombres como él existía un Dios. Claro que en los días húmedos su cuerpo contrahecho parecía articularse de manera imprevisible. Pero se levantaba, metía el amasijo de carne en un bus y bajaba a la ciudad aún cubierta de neblina. Era uno de los primeros en llegar, de esa manera cuando la calle se iba llenando de gente, se confundía entre la multitud. Le resultaba fácil perderse entre ellos ofreciéndoles cigarrillos pues era así como se ganaba la vida.

A Evaristo este invierno le estaba resultando muy frío. Incluso había comenzado a sufrir repentinos ataques de dolor, naúseas y vómitos que intentaba contener porque le daba pena desperdiciar lo poco que comía. Pero pese a todo Evaristo mantenía su fe en la vida, pues por mala que pueda parecernos, tenía una vida y con esa certidumbre bajaba desde lo alto del cerro como un santo pálido y apunto de levitar sobre la neblina. Tal vez esa blandura neblinosa le había ido apagado la voz, hasta convertirla en un susurro,casi un aliento. Así era difícil que alguien lo escuchara en la calle, por eso decidió subir a los buses, porque a la vez que se refugiaba del frío podía vender sus cigarrillos. Aunque en los últimos días subía y bajaba con la misma cantidad . "Es cuestión de ser positivos" se repetía . Y volvía a subir y bajar de los buses con el mismo resultado. 

Evaristo ensayó sonrisas, monólogos ocurrentes y alguna canción de moda que acompañaba de un par de conchitas que raspaba una contra la otra con inusual inspiración, pero el resultado seguía siendo el mismo. Tenía la impresión de no ser visto. No sólo porque no vendía nada, sino porque no existía en esos rostros ni una huella de fastidio, ni una maldición entre dientes, cuando subía y comenzaba a ofrecer sus cigarrillos. Por otro lado, le parecía muy sospechosa la actitud de los cobradores. No cruzaban ni una palabra con él,  ni le impedían subir, ni vender, ni lo insultaban al bajar. Definitivamente algo pasaba.

La gente de la calle nunca le había prestado mucha atención , pero probó  , sólo para salir de dudas a detenerlos mientras caminaban. La gente iba deprisa metida en sus asuntos, no tenía que importarle los problemas de un hombre como él , pensó, cuando ellos siguieron su paso sin alterarse.  Evaristo se apoyó en un árbol, desde allí veía pasar a la gente , recordó su existencia , el milagro que era su vida, sobrevivía de puro milagro. Se dijo así mismo,  que era una ventaja ese estado de inexistencia, por ejemplo, ahora tenía todos esos cigarrillos para él. Tomó uno y comenzó a fumar, sintiendo algo tibio en el corazón, quizá eso era otro milagro. Se sintió feliz pensando en la gracia concedida y fumó otro  . Y con este calorcito dentro de él caminó entre la multitud hasta desvanecerse.

2 comentarios:

  1. ¡Ohhhhh, Silvia!
    Que cuento tan encantador has escrito, lleno de tristeza y de ternura. ¡Pobre Evaristo! me parecía verlo subir y bajar del bus. Sigue escribiendo cuentos. Besos poéticos

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