martes, 8 de enero de 2013

La torta y la piñata de cumpleaños



No existe fiesta de cumpleaños sin torta, que es como llamamos en mi tierra al pastel, ni pastel sin velitas que apagar. Algunos optamos estratégicamente por resumir el número de años en una sola y significativa velita en medio de un mar de azúcar glass y pedimos un deseo mientras nuestros  amigos, familiares o quién se haya apuntado   cantan el happy verde yuyu.

Es fácil percibir que los cumpleaños cambian a medida que nos hacemos grandes y el pastel se llena de  velitas que ni apagarlas puedes. Llegados a este punto habrás notado que has pasado al ramo de las tías, que lo de señorita ya es cosa del pasado y ahora cuando entras a un establecimiento los atentos empleados te señorean todo el día. Y nada se puede hacer contra el tiempo, no hay vuelta atrás y eso del espíritu joven que se lo digan a tus canas que no dejan de aparecer, o a los rollitos rebeldes que han invadido con bandera y todo zonas de tu cuerpo sin tu consentimiento. De hecho cada año es un rollo probarte ropa en las tiendas porque estás segura que algún terrorista que odia a las mujeres se encarga de colocar esos horribles espejos y ni guardes esperanza que en otro probador encontrarás un espejito mágico. No señora.

Pero si yo tuviera un pastel y pudiera pedir un deseo, no sería un espejo mágico, ni tampoco tortas que no engorden, me gustaría volver atrás un minuto y saborear la torta de naranja que mi madre preparaba para mi cumpleaños. Todos mis cumpleaños  mi madre me preparaba una torta, la más rica del mundo, bañada en mantequilla y café con grageas de colores, era todo muy sencillo: chicha morada de verdad, (no de sobre), mazamorra morada, gelatina y sus famosos roscones doña Paulita. Recuerdo un cumpleaños con piñata, del que ha quedado registro fotográfico, en él puedo ver a mis amiguitas y amigos de barrio, a mis primos, a mi amiga Roxana , en una pose muy graciosa y una piñata de la Pequeña Lulú, a la que estoy dando de batazos , yo con una coronita y un vestido que mi madre me había hecho para la ocasión , mi hermana Mary lleva el mismo modelo  pues doña Paulita nos vestía como gemelas. Años después mi hermana se rebelaría ante tal derroche de hermandad. En esa foto de mis diez años, me veo apagando las velas con una energía increíble, tengo los cachetes inflados resuelta a apagar la luz de mi primera década. Estoy segura que apagué todas las velitas  y que me quedé con la cabeza de la pequeña Lulú de recuerdo por días.

Hoy han pasado un par de décadas más y este cumpleaños no tiene ni pinta de chicha ni de limonada , para nada se parece al de mis primeros diez años para comenzar no hay torta de naranja y no tengo ninguna piñata a la que dar de batazos salvo este teclado que aporreo con las yemas de mis dedos pero a falta de todo ello   doy paso a un Garrone vermouth y les regalo estos pequeños versos:


Hola
Hola amigos de la infancia
Árboles de la alameda
Hola a todos ustedes
Bancos de cemento
Señores con bicicletas
Hola función de la tarde
Matiné del domingo
Que convocó
Con el amor de quién escribe.