viernes, 24 de mayo de 2013

Hasta el último pucho


En toda familia hay un loco. El nuestro llegó el día que mi suegro quedó viudo. No  había pasado ni un mes de los funerales cuando recibimos una llamada. Al parecer el padre de mi marido, había decidido salir al balcón de su piso en plena noche a fumarse  un cigarrillo. Suceso nada singular en una ciudad de fumadores, salvo por el detalle de  no llevar  más que un Camel encima.

Cuando llegamos , mi suegro seguía de pie con el cigarrillo en la boca, ignorando la respetable concurrencia de vecinos reunidos en la calle para ver a un viejo calato. Fumaba correctamente, sin prisa, con dignidad. Yo me arrepentí de haber ido, no era un buen  panorama para una nuera, ni para un hijo como  mi esposo, que  le rogaba  que entrara al piso mientras le alcanza la bata de dormir, pero el viejo siempre fue muy terco y  se mantenía inmutable en el balcón, ajeno a los ruegos y a las risas. 

Sino hubiera estado de pie y fumando habría jurado que estaba en estado comatoso. Pero la noche siguió llenándose de olor a tabaco hasta que  por poco se quema los dedos del pie con los restos de pucho que caían en picado. Sólo entonces , ese hombre de rostro endurecido surcado de arrugas, ese hombre de músculos blancos mal recortados por el tiempo , ese hombre con el sexo viejo asomando por la baranda aceptó la bata , entró al piso y se fue al baño a hacer lo único que le faltaba por hacer.

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