No existe fiesta de
cumpleaños sin torta, que es como llamamos en mi tierra al pastel, ni pastel
sin velitas que apagar. Algunos optamos estratégicamente por resumir el número
de años en una sola y significativa velita en medio de un mar de azúcar glass y
pedimos un deseo mientras nuestros amigos, familiares o quién se haya apuntado cantan
el happy verde yuyu.
Es fácil percibir que
los cumpleaños cambian a medida que nos hacemos grandes y el pastel se llena de
velitas que ni apagarlas puedes. Llegados
a este punto habrás notado que has pasado al ramo de las tías, que lo de
señorita ya es cosa del pasado y ahora cuando entras a un establecimiento los
atentos empleados te señorean todo el día. Y nada se puede hacer contra el
tiempo, no hay vuelta atrás y eso del espíritu joven que se lo digan a tus
canas que no dejan de aparecer, o a los rollitos rebeldes que han invadido con
bandera y todo zonas de tu cuerpo sin tu consentimiento. De hecho cada año es
un rollo probarte ropa en las tiendas porque estás segura que algún terrorista
que odia a las mujeres se encarga de colocar esos horribles espejos y ni
guardes esperanza que en otro probador encontrarás un espejito mágico. No
señora.
Pero si yo tuviera un pastel
y pudiera pedir un deseo, no sería un espejo mágico, ni tampoco tortas que no
engorden, me gustaría volver atrás un minuto y saborear la torta de naranja que
mi madre preparaba para mi cumpleaños. Todos mis cumpleaños mi madre me preparaba una torta, la más rica
del mundo, bañada en mantequilla y café con grageas de colores, era todo muy
sencillo: chicha morada de verdad, (no de sobre), mazamorra morada, gelatina y
sus famosos roscones doña Paulita. Recuerdo un cumpleaños con piñata, del que ha
quedado registro fotográfico, en él puedo ver a mis amiguitas y amigos de
barrio, a mis primos, a mi amiga Roxana , en una pose muy graciosa y una piñata
de la Pequeña Lulú, a la que estoy dando de batazos , yo con una coronita y un
vestido que mi madre me había hecho para la ocasión , mi hermana Mary lleva el
mismo modelo pues doña Paulita nos
vestía como gemelas. Años después mi hermana se rebelaría ante tal derroche de
hermandad. En esa foto de mis diez años, me veo apagando las velas con una energía
increíble, tengo los cachetes inflados resuelta a apagar la luz de mi primera
década. Estoy segura que apagué todas las velitas y que me quedé con la cabeza de la pequeña
Lulú de recuerdo por días.
Hoy han pasado un par
de décadas más y este cumpleaños no tiene ni pinta de chicha ni de limonada ,
para nada se parece al de mis primeros diez años para comenzar no hay torta de
naranja y no tengo ninguna piñata a la que dar de batazos salvo este teclado
que aporreo con las yemas de mis dedos pero a falta de todo ello doy
paso a un Garrone vermouth y les regalo estos pequeños versos:
Hola
Hola amigos de la
infancia
Árboles de la alameda
Hola a todos ustedes
Bancos de cemento
Señores con bicicletas
Hola función de la
tarde
Matiné del domingo
Que convocó
Con el amor de quién
escribe.